jueves, 9 de septiembre de 2010

Reconocimiento.


Reconozco que mi bote esta encallado en un desierto, que tuvo, hace millones de años, un basto mar con aguas cristalinas, donde el fondo se veía poco profundo y antiguos tesoros, resplandecían, entre las algas; un mar con oportunidades en cualquiera de las direcciones en que se apuntara la brújula; con islas paradisíacas dónde descansar de las pequeñas borrascas, que de por sí , eran poco frecuentes; un mar que, de vez en cuando, surcaban los temidos piratas y en el que no faltaban tiburones blancos y monstruos marinos , pero en el que aún así, navegar era siempre un placer. Pero ahora ¿qué queda de eso?... Diría que sólo arena, arena putrefacta; desolación en los cuatro vientos : un horizonte despejado, pero sin oportunidades; fósiles de ballenas y caracoles extintos; trampas en las dunas; un sol que no cesa de tostar las latas, ya oxidadas, de este cuerpo que una vez fue un velero, pero que hoy sólo es un arrecife artificial para la arena que, poco a poco, lo habita y, con esto, lo sepulta en el olvido eterno…

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