domingo, 12 de septiembre de 2010

Mal de una noche en tres segmentos( primera parte)


La habitación me va a lapidar con este calor. Parece que esta fuera la mazmorra más profunda del averno- pienso, mientras subo la velocidad al ruidoso ventilador- ya es media noche y la mal nacida temperatura no desciende. Me asiento frente al computador; abro el Microsoft Word y espero… Suenan las últimas notas de Lost In Your Love mientras me invade la imagen de una mano sudorosa que se mueve frenéticamente por los trastes de una guitarra… Cinco minutos y nada.




Ya han pasado más de treinta minutos y ahora los bafles retumban al fragor de un desenfrenado Latin jazz (la ventana del Windows Media Player reza: Jam Miami, Bésame mamá 5:31). Y nada. Yo sigo ahí, petrificado, dorando mis pestañas frente a la hoja en blanco. No se ocurre nada para escribir. Me quito la camisa y dejo al descubierto unas gotas de sudor que descienden por mi espalda en líneas paralelas. Bésame mama como tú quieres, bésame mamá como te gusta a ti. Planto de nuevo mis manos en el teclado y es como si quisieran echar raíces, inmóviles para comenzar un párrafo. Definitivamente me ha tocado la musa más puta de todas- pienso- porque me abandona durante el día y sólo llega a la madrugada, despeinada, ebria, cuajada en perfumes de otros machos y para colmo de males: se echa dormir y no me susurra al oído, en notas armónicas, la poesía que espera por ser escrita. Valiente puta que me ha tocado, ramera de los mil belcebúes. A las sosegadas manos le sucede un dolor agudo en mi arqueada espalda, la pesadez de los parpados que intentan contener la modorra, y un apetito voraz que hace a mi vientre retorcerse en agónicos espasmos. Entonces, me levanto de la silla roja y, decido bajar a la cocina por agua y un par de duraznos. Bésame mamá, bésame mamá, bésame mamá, toco toc, toco toc, tatatá, tatatá, toco toc, tatatá, toco toc, bésame mamá, bésame mamá.

...

Afuera hace una bonita noche: el cielo está despejado, excepto por unas nubes huérfanas que se apretujan alrededor del Picacho; en la calle apenas gimen unos cuantos motores; el transformador de la esquina sigue fundido, por lo que su gorgoreo demoniaco, hoy, no acompaña al llanto del recién nacido que vive en la casa de enfrente; la luna como una isla después de experimentos atómicos desnuda sus cráteres, toda oronda y redonda, pálida y alta en el firmamento.

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